Los abogados que intentaron robarse la Navidad.

Hoy les platicaré sobre un asunto de hace un par de años.

Cambiaré sustancialmente los nombres, fechas y marcas involucradas para no hacer una alusión directa e innecesaria a los grinches en cuestión.

El origen.

Todo comienza en diciembre 1984 con una comerciante regiomontana a la que llamaremos Romina.

Durante un viaje familiar a EUA, su hijo de 6 años se emocionó en una juguetería con un reno de peluche al que nombráremos: “Eddie the reindeer”.

Mientras escuchaba las súplicas de su niño para comprar el producto, Romina observó cómo un largo grupo de infantes se abalanzaba y hasta peleaba en los pasillos por ese mismo juguete.

Y es que el reno además de bonito era ingenioso pues se acompañaba de una historieta ilustrada con diversas aventuras navideñas.

Ella, comerciante ante todo, además de acceder a la petición de su hijo decidió que el producto tendría futuro en México, más específicamente en su tienda de regalos en Monterrey cuyo nombre es, digamos: “Push”.

Así, con admirable intrepidez y tenacidad, en pocos días contactó a la fabricante “Joe toys Ltd” y consiguió una licencia para distribuir estos renos de forma exclusiva en nuestro país.

De esta manera, “Eddie the reindeer” comenzó a venderse en nuestro territorio durante cada Navidad desde 1985.

Allá por 2012.

Recién terminadas las fiestas decembrinas del año anterior, un par de emprendedores, también regiomontanos, conversaban y menospreciaban el éxito constante de “Eddie the reindeer”, preguntándose:

“¿Qué tanto chiste tiene el muñeco ese? ¿Que tan difícil puede ser hacer algo así?

¡Eureka!

Decidieron crear su propia versión del reno para la siguiente navidad.

Podemos deducir que con bajísimo presupuesto, crearon un producto tan amorfo e insípido que haría lucir a cualquier premio de tiro al blanco en feria como un juguete sofisticado.

Acompañaron a su esperpento de una campaña publicitaria que más bien parecía haber sido diseñada por sus peores enemigos y le llamaron: “El reno feliz”.

Tenía los mismos colores, dimensiones y tipo de vestimenta que “Eddie” pero todo de mucha menor calidad.

Antes de arrancar su nuevo negocio, temieron tener problemas con Romina, su ahora competidora, por lo que contactaron a un despacho de abogados.

Los abogados.

Es difícil saber si la causa del desastre que está por relatarse fue el desconocimiento sobre propiedad intelectual, el oportunismo o la maldad pura, pero los abogados en lugar de limitarse a proteger al par de comerciantes, diseñaron una estrategia agresiva.

Esto fue lo que hicieron:

  1. Registraron la marca “El reno feliz”
  2. Registraron la figura del reno como marca tridimensional.
  3. Presentaron una solicitud para registrar, a su nombre, la marca “Eddie the reindeer”.
  4. Robándose el nombre del reno estadounidense, buscaban prohibir que Romina lo usara y que no vendiera su producto.
  5. Elaboraron una carta de “Cese y desistimiento” amenazante que enviarían justo a principios de diciembre para no darle tiempo de reacción a Romina.

Con todo esto, pretendían que iniciado el último mes del año, a través de las amenazas, “Eddie the reindeer” saliera del mercado.

De esta forma, la infancia regiomontana, ante tal abandono, tendría que recurrir al “Reno feliz”, defectuoso y deforme pero disponible.

La Navidad sería suya ¡Sólo suya!

La carta de diciembre.

El 6 de diciembre de ese mismo año, llegó una carta a las oficinas de Push que indicaba, básicamente lo siguiente:

“Tenemos registrado el nombre y la figura de “El reno feliz” y “Eddie” es una clara imitación del nuestro. Además, hemos presentado la solicitud de registro para “Eddie the reindeer” por lo que esa marca ya no podrá usted volver a usarla sin nuestro permiso. Por ello, exigimos que en un plazo no mayor a diez días hábiles destruya toda su mercancía y nos pague 300 mil pesos, de lo contrario, iniciaremos acciones legales en su contra”

La misiva además de incluir peticiones dignas de una carta a Santa Claus, padecía múltiples y muy graves defectos.

-Los abogados pensaron que al registrar la figura de un reno podrían prohibir la existencia de cualquier otro, incluso aunque fuese anterior; algo así como registrar una muñeca rubia y pretender desaparecer a Barbie.

-Creyeron que por incluir la palabra descriptiva reno, poseían exclusividad sobre ella y que por lo tanto nadie más podría usarla en ningún otro idioma ni acompañada de otros vocablos; imagina registrar “Pollo Manuel” e intentar destruir a “Kentucky Fried Chicken” por usar la palabra pollo en inglés.

-No hicieron el mínimo esfuerzo de revisar si “Eddie the reindeer” ya estaba registrada en México y resulta que sí, tanto la marca a nombre de “Joe toys Ltd” como la licencia a favor de Romina estaban vigentes e inscritas en el IMPI.

-Tampoco consideraron que “Eddie the reindeer” contaba con diversos registros de obra artística ante INDAUTOR.

La respuesta.

Le recomendamos a Romina que hiciera bolita la carta, la tirara a la basura y se concentrara, como cada año, en seguir vendiendo sus productos.

Ella accedió pero antes dio aviso de la situación a “Joe toys Ltd” y a la empresa estadounidense no le pareció muy graciosa la situación por lo que decidieron que contestáramos con otra carta.

Ahora éramos nosotros quienes señalábamos las similitudes descaradas en colores, dimensiones y tipo de vestimenta, las cuales invadían derechos marcarios, intentando inducir al engaño y pretendiendo causar confusiones en el público consumidor, lo que constituye competencia desleal.

A grandes rasgos, hicieron un producto pirata y le dieron aviso de ello al fabricante del original. Harakiri.

Y aunque “Joe toys Ltd” exigía la destrucción del reno pirata, Romina, llena de espíritu navideño y competitivo propuso olvidar el asunto pues confiaba en que “Eddie” se venderían aún con la existencia de un nuevo y amorfo competidor.

El mercado puede compartirse.

Y tuvo razón. “El reno feliz” desapareció por completo dos años después y “Eddie The reindeer” sigue siendo un producto popular hasta el día de hoy.

Todos los derechos reservados © Adrián Ricardo Flores Lozano. 2020

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